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martes, 18 de septiembre de 2012

Entre las rejas de la ambición



Tener un hogar es el sueño de todo hombre. Vivir bajo un techo propio supone una de las satisfacciones más grandes, por las cuales hay quienes luchan toda su vida. Clemente Mamani era boliviano, tenía 71 años y vivía con sus mascotas en el número 642 de la Calle Santos Dumond, perteneciente a la localidad de Ituzaingó.
El 15 de marzo de 2009, Mamani abandonó su hogar, para dejarle  su lugar a Armando Javier Olson, que le había alquilado la casa mediante un contrato sin firma, porque el boliviano era analfabeto. La garantía era su huella dactilar.
Los vecinos de Mamani vieron algo extraño en el nuevo ocupante, y comenzaron a inquietarse. No creían en la validez del contrato de alquiler, lo que ejerció presión en el inquilino, por lo que decidió irse en busca de otro lugar.
Su siguiente destino fue la casa del paraguayo Francisco Rodríguez Ocampo, quien también desapareció de su hogar repentinamente para que el señor Olson ocupara su vivienda sin mayores problemas.
Pero el 10 de junio de 2010, las hipótesis de falsedad que rondaban sobre los alquileres efectuados por Olson, cerraron en una única conclusión. El cuerpo de Rodríguez Ocampo fue encontrado enterrado en un descampado de Ituzaingó. Con este hecho, las sospechas sobre lo turbio del inquilino se volvieron realidad.
La misma suerte corrió Mamani, pero, a falta de investigaciones pertinentes, sus vecinos indagaron por cuenta propia y 17 días después de que apareciera Rodríguez Ocampo, hallaron su cuerpo asesinado a puntazos en el mismo terreno.
A partir del accionar de los vecinos, las investigaciones comenzaron, arrojando la hipótesis de que la víctima permaneció en cautiverio unos días antes de su muerte, con el fin de lograr que firmara forzosamente la supuesta cesión de su propiedad.
Luego de su aparición, el cadáver permaneció durante meses en la Morgue Judicial, aguardando que la familia de la víctima, residente en Bolivia, pudiera viajar a reconocer a Clemente, que había estado desaparecido por más de un año.
En ambos asesinatos, el móvil de Olson fue el mismo: ocupar una vivienda que no le pertenecía. El pasado lunes, en el Tribunal Oral Criminal Nº 4 de Morón, el fallo de “homicidio calificado por codicia” correspondiente al asesinato de Mamani, se añadió a la reclusión perpetua que ya purgaba por la muerte, bajo la misma modalidad, de Rodríguez Ocampo.
De la suerte de Olson, nada hay para agregar. Su vida, presa de la codicia, de la ambición,  hoy extiende su pena detrás de las rejas. Quizás, por fin ha conseguido lo que buscaba: un lugar donde vivir. Y nadie lo va a desalojar de ahí.

Estrategia y cómplices
Una libreta donde Mamani anotaba las actividades de sus mascotas reveló que el supuesto alquiler de la vivienda, con el que la defensa de Olson argumentaba su inocencia, había sido forzado, ya que se comprobó que la víctima sabía escribir.
La presidenta de la ONG Madres y Familiares de Víctimas (MAFAVI), Alicia Angiono, asegura que el asesino no actuó solo, sino que recibió ayuda de otros para realizar la mudanza, quienes además lo encubrieron en la ocupación de la casa.

¿Discriminación?
Es usual en Argentina la tendencia a la exclusión hacia los habitantes provenientes de países limítrofes, a quienes se trata despectivamente, y en ocasiones, con violencia.
Es curioso cómo en ambos crímenes, las víctimas eran de nacionalidad extranjera, y vivían solos. En el caso de Mamani, el hecho de que su familia se encontrara en Bolivia, contribuyó al accionar del asesino.
Estos sucesos podrían disparar una investigación en torno a la discriminación y xenofobia, que pudieron haber actuado como móviles del criminal.




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